11.12.2012

Joyeros artesanos, Mekelle, Etiopía.










La parte visible, la que los transeúntes pueden ver y en la que se puede entrar a mirar, probar, preguntar por su precio a peso y comprar es una pequeña tienda de joyas de oro y plata con vitrinas y espejos que reflejan las piezas a la venta, los mosquitos muertos dentro de ellas, las huellas dactilares de mil y un dedos… una pequeña balanza para calcular el peso exacto y una calculadora, aquí no hay regateo posible, el oro y la plata se venden a peso… collares, sortijas, pendientes e infinidad de cosas imposibles de poner en un pelo occidental, ellas lo llevan sin que se caiga ni se mueva un ápice. Yonas Teklu nos recibe enseñándonos constantemente su diente de oro, una pequeña muestra de riqueza y del oficio al que pertenece. Después de hablar un rato de infinidad de cosas abre una pequeña puerta y nos adentramos en el mundo de la realización de la joyería aquí en Mekelle. Una pequeña habitación de unos 10 m2 en la que trabajan dos hombres con la materia prima básica, madera, fuego, limón, agua, papel, un barreño verde, arena recogida de cualquier camino, un cepillo, ácido y una pequeña máquina manual que a simple vista parece algo digno de exhibir en una exposición sobre maquinaria de tortura. No hay cables, no se necesita electricidad para la elaboración de joyas, solo buenos pulmones, paciencia y habilidad en las manos, unas manos delgadas y muy trabajadas.
Empezamos a observar todo aquello, ¿por donde se empieza, como se termina? y después de ver el recorrido a fotografiarlo todo. La pequeña claraboya del techo nos alegra la tarde, hace que las manos oscuras tengan riqueza. Si entráramos en mitad de la elaboración y los viéramos soplando por una especie de pipas sobre una madera pensaríamos que estamos en el Bronx y que aquí se fuma crack u opio, pero no, estamos en Mekelle y esta gente es artesana del material más preciado. Nos parece imposible que para trabajar el oro y la plata baste algo tan básico y primitivo como el fuego, la madera y el aire de los pulmones. Estamos excitados y encantados. Nos ven movernos de un lado a otro sin inmutarse. Soplan por la larga pipa sobre la brasa de la madera con la cruz de plata sobre ella y el soplido nos parece que dura una eternidad, hacen que de la brasa salga fuego y ponen así la plata al rojo vivo… habría que verlos bucear a pulmón en alguna de nuestras playas. No los oímos hablar ni un momento, no necesitan explicar nada ni vendernos nada, solo trabajar tranquilos. Seguimos la pequeña cadena de producción en esos 10 m2 intentando no salir uno en la foto del otro, todo nos interesa, desde ellos mismos hasta los bodegones que allí se forman sin ningún propósito fotográfico, pinzas, hilo, maderas quemadas , limones estrujados, brasas… nadie nos ha puesto allí estos objetos para que los fotografiemos pero nos da la sensación de que llevaban años esperándonos.
Salimos de allí por la pequeña puerta que da a la tienda y de repente volvemos a estar en un lugar acristalado y enjoyado. Parece imposible que todo ese brillo salga de un lugar que parece el centro de la tierra.
El ser joyero por estas tierras no está bien visto fuera de su círculo. Las mujeres no se querrán casar con hombres joyeros ni viceversa. Se piensa que para elaborar esos objetos tan preciados, tan bonitos y de tanto valor, tienes que tener una especie de "don" que no es apreciado por aquí. Un "don" otorgado solo a ellos. Y nos preguntamos, ¿por qué no piensan que tienen ese "don" también los campesinos?... deben tenerlo para sacar algo productivo de esta tierra tan seca.
Creen en el vudú y en las fuerzas de los espíritus. Si una hija tuya se quiere casar con un joyero el padre no lo permitirá, no permitirá tener nietos con la sangre de un joyero mezclada con la suya. Se piensa que se tiene esa destreza a la hora de trabajar por algún poder que no es terrenal. Escuchamos estas historias con ojos desorbitados. Al principio no las creemos pero es así , no hay discusión posible, nuestra mente racional intenta adaptarse a la creencia de dones otorgados por fuerzas extrañas…
Durante los días pasados con Tesfu y su gente no es extraño oír hablar de vudú, espíritus que se meten en el cuerpo de la gente y les hacen reaccionar de una manera u otra sin que la persona los controle. Recordamos un día que tomando una cerveza en la barra de un bar Tesfu nos contó que su hermana había sido poseída por la mañana, creen en ello a pies juntillas y nosotros volvemos a intentar acoplar de nuevo nuestra mente a todo eso. Te lo cuenta tan tranquilo tomando su cerveza. Para ellos no hay lugar a dudas creen en el mal de ojo y en los espíritus que se meten en cuerpos ajenos.
Los joyeros deben casarse entre ellos o traer a mujeres de otras regiones ocultándoles su oficio.
¿Extraño, no?. Una cosa más para intentar entender en este país.

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